Otoños en el tiempo;

Aquella mañana luchaba por dormir cinco minutos más pero el despertador no paraba de sonar, seguramente me había olvidado de sacarlo. Aquella mañana no trabajaría.

Afuera todavía estaba nublado, el viento soplaba fuerte y hacia que mi cabello tape mis ojos miel, el humo del cigarrillo se escurría entre las pestañas mientras que con la taza gigante de café iba calentando mis manos igual que todas las mañanas. Tendré que salir con bufanda, gorros y guantes pensé, solo tenia una ventana abierta y el frío era inmenso. Mientras peinaba mi flequillo en el vidrio de la puerta cantaba y me despedía dulcemente de mora.

Ella caminaba muy despacio como siempre, nunca supe si era porque su bolso le pesaba o de veras observaba todo a su alrededor como si fuera la primera vez que pasaba por esas calles. Su mirada parecía perdida pero su sonrisa jamás la abandonaba, poco a poco a medida que se acercaba al parque Greta iba disminuyendo sus pasos.

Sus pies pisaban suavemente las hojas secas del otoño mientras sus ojos observaban al resto del parque, el marrón era muy abundante. Si no fuera por los pocos lugares sin hojas secas el verde no se vería. Sentada en un banco saco un poco de pan y comenzó a alimentar a las palomas, en unos segundos tenia diez a sus pies y lentamente fue sacando la cámara de su bolso. Enfoque poco a poco, encuadre a las palomas y saque una fotografía, unas de ellas salían levantando vuelvo, pero la belleza de la foto seguía intacta, luego retrate a los niños, a las nubes, a las hormigas.

El tiempo pasaba y ella estaba perdida en un mundo del que no quería salir.

Los días siguientes de esa semana no pudo volver al parque, es que su trabajo la estaba consumiendo y apenas tenia tiempo para jugar con su perra mora, pero en algunos ratos libres avanzaba con su pintura, un gigante árbol con raíces muy largas y unas hojas demasiado brillantes, tenia ramas, muchas ramas llenas de pájaros. Greta se perdía, se sumergía horas enteras en un mundo donde el reloj no existía, ya no dormía y muy pocas mañanas entre las sombras de la noche sacaba a pasear a mora.

Greta había abandonado su trabajo y muy lentamente se había alejado de sus amistades, ya no concurría a fiestas ella no lo sabia lentamente estaba entrando en la locura, solo era el cuadro y ella. Mi pintura ya casi estaba terminada, pero aun no sabia que pasaría cuando finalice.

La ultima noche de otoño llovía fuertemente, mora se había escapado, la puerta estaba abierta, seguramente me había olvidado de cerrarla, mis pies descalzos se hundían en el pasto mojado, parecía una nena de quince años corriendo para todos lados sin saber a donde ir.

Podía verla a ella tan chiquita buscando a mora por el parque llevándole galletas a escondidas, en esas épocas era feliz, no tenia cicatrices por engaños ni perdidas en el tiempo. Ella era libre, su vestido estaba empapado y sus trenzas todas desarmadas, Greta se sentaba junto a mora y jugaba hasta que terminara la lluvia. Pero aquella noche ella no era una niña con quince años ni tampoco había encontrado a mora simplemente volvió a su casa y trabajo en el cuadro. Sus manos terminaron llenas de pinturas, sus ojos rojos, y su maquillaje corrido, la puerta aun estaba abierta pero mora no regresaba.

Así fueron pasando los restos de los días, los meses, las semanas ya no la veía caminar lentamente hacia el parque, sabia que en ella ya no habitaba la sonrisa. Estaba presa en su soledad, ya no sacaba fotos, era su castigo por haber dejado la puerta abierta. Su piso estaba lleno de tazas con café y sus paredes estaban de pinturas en donde todas aparecía mora. Lentamente me perdí en mis pensamientos y el tiempo se consumió, sin darme cuenta me hundí en una locura presa de la soledad y el castigo.

Pero ella no sabia que en el parque junto a mora siempre la esperaría.


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